El puntillismo es relativamente sencillo. Al usar materiales como rotuladores y plantillas, no es necesario adquirir una técnica de trabajo tan milimetrada como ocurre cuando se trabaja con otro tipo de pinturas como el óleo o la acuarela, donde la pintura es más difícil de manipular.
Esto se traduce en que en las primeras sesiones se puede lograr un muy buen resultado e incluso terminar el rato de ocio con cuadros ya finalizados. Además, la curva de aprendizaje es muy pronunciada y muy pronto ya se pueden acometer trabajos más complejos.
En ese sentido, las plantillas son la mejor escuela para mejorar y perfeccionar la técnica. Están pensadas para ir de menos a más en muy poco tiempo y, sobre todo, trabajar el punto más importante del puntillismo: el uso del color.
Y es que como no hay mezcla de trazos, sin puntos que trabajan de manera cromática unos con otros, las sombras, luces y matices en las piezas ‘dibujadas’ tienen que trabajarse desde el uso del color.
Por ejemplo, si se pinta una manzana, esta no será completamente roja, sino que tendrá vetas, alguna parte más amarillenta e incluso ese particular brillo que aparece en la piel de las frutas cuando les da la luz. ¿Cómo lograr esto con el puntillismo? Pues combinando los rojos con los naranjas y los blancos en los puntos exactos donde hay que utilizarlos.
Las plantillas van guiando al aficionado al puntillismo desde el primer momento para que comprenda cómo se deben usar los colores y luego esto se pueda trasladar a cualquier tipo de obra.
El puntillismo fácil es el primer punto por el que necesariamente hay que pasar para convertirse en auténticos maestros de este arte.